jueves, 13 de septiembre de 2012

Lecciones I



Paseaba tranquilamente por el pasillo hacia el baño, su figura era magnífica vista desde mi posición, sus hombros delicados, el contorno de su espalda descendiendo hasta su cintura en perfecta simetría sintonizando con sus caderas y su perfecto y maravilloso culo enfundado en esa corta falda, continuaba con sus muslos bien formados, unas delicadas rodillas de princesa, los gemelos poderosos sin exageración, en su justa medida y terminando en unos tobillos cristalinos, alzados sobre aquel ligero tacón de sus zapatos. Imponente. Eso pensaba mientras fugazmente y contra sus propias instrucciones alzaba ligeramente la mirada hacia Ella, de reojo, intentando captar todos los detalles, encendiéndome por dentro a la vista de aquel espectáculo para mi vista. 

Gracias a dios, no se dignó a mirarme, de lo contrario hubiera recibido una buena dosis de la fusta que llevaba en la mano en ese momento, por osar desobedecerla. Entró en el baño y se subió ligeramente la falda, se sentó en el váter y abriendo las piernas me miró mientras a la puerta a cuatro patas esperaba.

- Mírame, mio.

Obedecí inmediatamente, no por miedo a su cólera si no obedecía sino por el deseo que tenía de poder admirarla, y el espectáculo que se me ofrecía no era para menos. No llevaba bragas ni tanga, su coño perfectamente depilado salvo por esa franja vertical, como señalando la fuente de su placer, una especie de recordatorio hacia mi de donde debía aplicar absolutamente todos mis esfuerzos si de verdad deseaba complacerla, se exhibía orgulloso ante mis ojos en llamas. Sin darme cuenta entreabrí la boca y empecé a babear, poco, lo suficiente para que Ella dibujara esa pícara sonrisa tan suya.

Sé que lo estás deseando, pero no lo cataras hasta que yo quiera y lo sabes, así que deja de babear como un vulgar chucho hambriento.

Lo siguiente que ocurrió fue demasiado para poder aguantar, poniéndose cómoda, se echó ligeramente hacia delante, y de su coño empezó a salir aquel preciado néctar; yo no pude por menos que removerme por dentro, pensando el desperdicio de que aquel líquido cayera sin remedio al váter y no a mi boca como deseaba con tanta ansía en aquellos momentos. Mi espalda se arqueó e instintivamente abrí la boca y saque la lengua intentando en un desesperado arrebato, acercarme y poder disfrutar siquiera una gota de aquella fuente de su ser.

¡Plas, Plas!, en un rápido movimiento de su delicada mano, me cruzó con la palma ambas mejillas, e inmediatamente sentí el calor en ellas, aunque no dolió tanto como esperaba, había sido una advertencia.

- Perro insolente, ¿porqué te mueves? ¿acaso te he dado permiso para acercarte a mi?.

Inmediatamente baje la cabeza y me arrepentí de aquel instintivo gesto, sabía que aquello la contrariaba   sobremanera, no le gustaba que fuera tan impulsivo, aunque con el tiempo aquello no tardaría en cambiar, pero esa es otra historia.

- Estas muy asilvestrado últimamente y vamos a tener que hacer algo contigo para remediar eso, ¿no crees?.
- Si, mi Señora – contesté con la mirada fija en las puntas de sus preciosas sandalias.
- Bien, veo que no está todo perdido, al menos eres consciente de ello, eso hará más fáciles las cosas.

Se levantó y solo podía ver hasta sus rodillas, se acercó a mi, y apoyando las puntas de los zapatos sobre mis manos, me agarró por el pelo levantado mi cara hacía Ella a la altura justa y precisa.

- Ahora si. Límpiame, y que quede perfectamente limpio. No quiero tener que hacerlo yo después, de lo contrario… ya sabes.

Su orden fue un deseo para mi, sin decir palabra tal como Ella deseaba, comencé a lamer con ansia sus labios mayores, limpiando, lamiendo, deleitándome con la punta de la lengua en recorrer cada pliegue, cada milímetro de su coño, poniendo especial atención en no rozar su clítoris. No tenía permiso para ello, y temía las consecuencias de hacerlo sin su aprobación, ya había sufrido en una ocasión su cólera por hacerlo y después de aquello, en verdad fue la última vez que lo hice sin su permiso. No pude por menos que cerrar los ojos y disfrutar de aquel sabor agridulce, picante, delicioso, que llenaba mi lengua y mi nariz con su, para mi, fragante aroma y sabor. Pero el placer no había de durar demasiado muy a mi pesar.

Su mano agarraba fuertemente mi pelo y me echó la cabeza hacia atrás mirándome desde aquella posición de poder que siempre gustaba de recordarme, y volvió a sonreir, sin embargo esta vez no era esa sonrisa pícara y juguetona, sino esa malévola y sádica sonrisa que acompañaba con un entornar los ojos ligéramente y que a mi me causaba tan profunda impresión. Mi polla que ya estaba dura después de aquel delicioso regalo suyo, recibió sin previo aviso un suave golpe de su pié de princesa. Mi culo se echó hacia atrás, pero no pudo huir mas allá puesto que su mano se mantenía firme en mi pelo. Un nuevo golpe, un poco más bajo, en mis huevos atados me hizo gemir.

- Vaya, parece que tienes problemas para estarte quieto. No aprendes chucho, esto está empezando a no gustarme. Vamos a hacer algo inmediatamente.

Soltó mi pelo y mi cabeza cayó laxa a sus pies, entre sus zapatos que cada vez apoyaba con más fuerza sobre mis manos ya un poco doloridas. Cogiendo la cadena que llevaba unida al grueso collar de cuero negro que rodeaba mi cuello, comenzó a salir por la puerta del baño dando un tirón de la cadena que inmediatamente obedecí como señal de empezar a moverme y no despegarme de sus talones como a ella le gustaba que fuera. Sus tacones resonaban en mis oídos a cada paso que daba, y esta vez andaba más rápido de lo habitual, quizá para mortificarme un poco y obligarme a arrastrarme como un perro tras Ella, cosa que me costó un poco dada la rapidez con que andaba por el pasillo camino del salón.

Al entrar al salón, en el ambiente flotaba el aroma inconfundible de las velas encendidas que por doquier daban a la estancia un ambiente de mazmorra casera, una especie de salón de los tormentos medieval. Soltó la cadena y de nuevo, esta vez con la fusta que últimamente tenía por costumbre llevar, aún en el día a día, oí los dos chasquidos en mi culo, uno en cada nalga e inmediatamente el dolor subió por mi espina dorsal recorriéndome entero haciéndome apretar los dientes en un intento por no gemir ni emitir sonido alguno. Esta vez lo conseguí, pero los dos fustazos que siguieron arrancaron un tenue gemido de lo más profundo de mis entrañas. Era demasiado, solo fueron dos, pero aquellos dos dolieron como veinte. Sentí inmediatamente que habían sido dados con toda la intención y con la furia que el poder exhibe ante la indisciplina del subordinado.

- ¿Duele, mio? – dijo dulcementee.
- Ssssi… mmi… Señora – respondí con la voz entrecortada.
- Me alegro, así debe ser, veo que vamos mejorando.

Un momento después pude oír su suave risa, y por dentro me alegré pese al dolor de poder escuchar tan solo aquella melodía para mis oídos. Ella reía, disfrutaba, aún cuando estuviera enfadada con su perro por haberla contrariado, reía, y eso me hacía inmensamente feliz, me hacía sentir útil para ella, y por tanto, completo. Esa alegría hizo que me relajara, lo que me ayudó a sobrellevar el ardor que mi culo sentía en aquellos momentos. Relajarme fue un error.

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