¿Tienes miedo?, un poco si para que engañarnos.
Estas palabras en el curso de una larga e intensa conversación durante la cena fueron el preludio de lo que luego pasaría a ser realidad. Miedo si, por dentro y por fuera, a ella y sus reacciones, siempre imprevisible, más tratandose del asunto que ibamos a tratar.
Una sesión de… ¿venganza?, no, no venganza, quizá resarcimiento, ella dijo que para pasar página y abrir nuevas puertas. Así planteado daba miedo, hay que reconocer que me tenía un poco acojonado como se dice vulgarmente, miedo a su modo de canalizar esos sentimientos tan dentro de ella para sacarlos fuera, cómo se vengaría, qué clase de sufrimiento, o no, iba a regalarme aquella noche…
La respuesta llego tras la cena, un paseo de vuelta a casa, llegar, preparar las cosas. Me vendó los ojos y me puso el collar, y me llevó al salón, a cuatro patas como su chucho que soy por supuesto. Oía una silla moverse, colocada en posición estratégica, me hizo sentar en ella y ató mis tobillos a las patas y a su vez a mis muñecas unidas tras el respaldo. Me quitó la venda y entonces empezó todo. Una potente luz me miraba desde el ángulo superior izquierdo, de manera que poco podía ver, y menos a ella, cuya figura intuía detrás, acomodada en el sofá, apenas por sus palabras y el ruido de sus tacones al andar.
Preguntas, muchas preguntas, hechas en tono de reproche, queriendo saber, o mejor dicho queriendo entender las respuestas. Respuestas que cortan con el filo de cuchillos mordidos por las muescas del dolor pasado, muescas que se clavan con cada palabra, cada mirada, cada presión sobre mi sexo expuesto. Intenso interrogatorio que no desearía ni a mi peor enemigo, no por su dureza sino por las preguntas, por el recuerdo de un pasado no muy lejano cuyas marcas tratamos aún hoy de borrar. Sufrimiento y dolor no expresados por los cuerpos, pero visibles en las mentes, presentes como si fuera ahora, en este momento, como si todo estuviera ocurriendo de nuevo. Revivir dolores es aún más doloroso que haberlos vivido, sufrir por el sufrimiento ajeno, por ti, por tus sentimientos comprendidos, por las verdades no dichas, tu dolor, ahora vuelve y ahora es mío. Algunas preguntas duelen especialmente, porque no tienen respuestas, o quizá porque conozca esas respuestas pero no quiero saberlas.
Intensidad terminada con más intensidad, preguntas seguidas de respuestas, y al final tus besos, tus caricias, tus tequieros. Otra página del libro pasada, un descenso al rellano de tu escalera que era necesario para volver a subir y pisar nuevos escalones, con más brío, con decisión ahora, no titubeas ya porque sabes lo que quieres.
Y lo que quieres es seguir subiendo. Llegar donde quieras llegar, hasta donde tus deseos te lleven, donde mora tu oscuro lado y se hacen realidad tantos sueños imposibles antes.
Estas palabras en el curso de una larga e intensa conversación durante la cena fueron el preludio de lo que luego pasaría a ser realidad. Miedo si, por dentro y por fuera, a ella y sus reacciones, siempre imprevisible, más tratandose del asunto que ibamos a tratar.
Una sesión de… ¿venganza?, no, no venganza, quizá resarcimiento, ella dijo que para pasar página y abrir nuevas puertas. Así planteado daba miedo, hay que reconocer que me tenía un poco acojonado como se dice vulgarmente, miedo a su modo de canalizar esos sentimientos tan dentro de ella para sacarlos fuera, cómo se vengaría, qué clase de sufrimiento, o no, iba a regalarme aquella noche…
La respuesta llego tras la cena, un paseo de vuelta a casa, llegar, preparar las cosas. Me vendó los ojos y me puso el collar, y me llevó al salón, a cuatro patas como su chucho que soy por supuesto. Oía una silla moverse, colocada en posición estratégica, me hizo sentar en ella y ató mis tobillos a las patas y a su vez a mis muñecas unidas tras el respaldo. Me quitó la venda y entonces empezó todo. Una potente luz me miraba desde el ángulo superior izquierdo, de manera que poco podía ver, y menos a ella, cuya figura intuía detrás, acomodada en el sofá, apenas por sus palabras y el ruido de sus tacones al andar.
Preguntas, muchas preguntas, hechas en tono de reproche, queriendo saber, o mejor dicho queriendo entender las respuestas. Respuestas que cortan con el filo de cuchillos mordidos por las muescas del dolor pasado, muescas que se clavan con cada palabra, cada mirada, cada presión sobre mi sexo expuesto. Intenso interrogatorio que no desearía ni a mi peor enemigo, no por su dureza sino por las preguntas, por el recuerdo de un pasado no muy lejano cuyas marcas tratamos aún hoy de borrar. Sufrimiento y dolor no expresados por los cuerpos, pero visibles en las mentes, presentes como si fuera ahora, en este momento, como si todo estuviera ocurriendo de nuevo. Revivir dolores es aún más doloroso que haberlos vivido, sufrir por el sufrimiento ajeno, por ti, por tus sentimientos comprendidos, por las verdades no dichas, tu dolor, ahora vuelve y ahora es mío. Algunas preguntas duelen especialmente, porque no tienen respuestas, o quizá porque conozca esas respuestas pero no quiero saberlas.
Intensidad terminada con más intensidad, preguntas seguidas de respuestas, y al final tus besos, tus caricias, tus tequieros. Otra página del libro pasada, un descenso al rellano de tu escalera que era necesario para volver a subir y pisar nuevos escalones, con más brío, con decisión ahora, no titubeas ya porque sabes lo que quieres.
Y lo que quieres es seguir subiendo. Llegar donde quieras llegar, hasta donde tus deseos te lleven, donde mora tu oscuro lado y se hacen realidad tantos sueños imposibles antes.