La noche era perfecta, solos en casa, todo limpito, listo y preparado. Esa tarde había ido a comprar algunas cosas para la cena, para ella, cositas que le gustan y no suele tomar habitualmente. Un carpaccio, salmón ahumado, dátiles con beicon, y otras delicias para su disfrute, todo regado con una buena botellita de Viña Esmeralda, puesta a enfriar en la cubitera junto al champán.
Aún llevaba su tanga puesto cuando ella se metió en la bañera y se relajaba mientras yo ponía la mesa y preparaba la cena. Dos velas rojas adornando la mesa para ella, los platos, las copas, los cubiertos de plata, lo mejor de lo mejor. Para ella naturalmente. Oía las burbujas de la bañera mientras en la cocina preparaba todo para que estuviera a su gusto.
Entonces oí sus tacones por el pasillo y un escalofrío recorrió mi espalda. Ella se acercaba y seguro que estaría impresionante, como siempre, pero esta vez especialmente guapa y arrolladora. Y así fue, Lo primero que ví fueron sus ojos brillantes, delineados con ese toque de líneas que solo ella sabe dar, luego su sonrisa, abierta y divertida, y entonces la ví toda, con ese vestidito de cazadora y sus sandalias rojas contorneando en espiral sus preciosas piernas.
Me miró y sonrió. Estoy guapa, claro que lo estás. Pues vamos a cenar.
Creo que la cena le gustó, hablamos de distintas cosas, sobretodo de política, que últimamente le apasiona mucho. Traté de estar lo más atento a ella que pude, servirle si quería más de algo, que todo estuviera a mano para ella, que no le faltara el vino en su copa. No se si lo conseguí, pero creo que quedó satisfecha a juzgar por sus sonrisas. Lo que me falló fue el postre, había comprado unas tartitas de queso con mermelada, pero no le gustaron. Tomé buena nota para la próxima vez, esta claro que tenía que haber preparado algo yo mismo, unas fresas con nata, o algo así.
Después de los postres, se sentó en el sofá a fumar un cigarrillo, estaba nerviosa, muy nerviosa. No paraba de cruzar y descruzar las piernas y a mí me estaba poniendo nervioso también. Tampoco era para menos. Después de lo ocurrido, era como volver a empezar, pero con el baúl de lo sucedido detrás de nosotros. Estuvo un rato viendo la tele, mientras yo esperaba expectante. Le preparé un aliñado y creo que eso ayudó a que se relajara y dejara los nervios a un lado, aunque no del todo.
Y llegó el momento, apagamos las luces y recorrimos el lago pasillo hasta la habitación. Ella delante, yo detrás. Como debe ser. Aún estaba intranquila, supongo que no dejaría de pensar y darle vueltas a todo. Quiero que sea mío, no se, es un chucho, un chucho pulgoso, y un cabrón, pero lo quiero tanto. Debería darle otra oportunidad, no lo se, quizá no, pero no me resisto, me gusta el poder, me gusta el poder sobre él, sobre su cuerpo, sobre su sexo, sobre todo. Quiero ese poder.
Entonces ocurrió. Mientras yo a cuatro patas sobre la cama esperaba, oí el ruido del cajón al abrirse. Sacó el collar y me lo puso alrededor del cuello. Dios que sensación mas agradable, hacía tiempo que lo deseaba, y ella como siempre tiene la llave de mis deseos, ella es la que los hace realidad. Pero lo mejor aún estaba por llegar. No podía verla, pero oía como abría la pequeña caja donde quedó guardada la chapa con mi nombre, mío, y el tintineo del metal cuando la puso en una pequeña argolla. Estaba tan absorto y tan feliz que no recuerdo sus palabras, cosa que seguro me cuesta (eso te va a costar…), cuando sus manos cerraron la argolla uniéndola a la del collar que rodeaba mi cuello. Empecé a mover la colita como un perro idiota, babeando de placer. No podía creerlo, pero estaba ocurriendo. Ella me aceptaba, me recogía en su guarida y me adoptaba una vez más, esperando esta vez más de mí que nunca. Espero que no se equivoque. Pero lo ha asumido y la quiero tanto por eso, por asumir el riesgo de volver a tener poder sobre su perro, de querer que sea suyo, suyo de verdad.
Lugo se puso cómoda en la cama y empezó conmigo a sus pies, acariciando, besando, lamiendo con avidez de hambriento. Y no era para menos, hacía tiempo que no saboreaba con tanto deleite sus delicados pies con esos dedos tan pequeños y sensuales. Traté de recorrer cada uno de ellos con mimo y dedicación, pero me pudo la pasión y a ratos me los comía, los devoraba con ansia. En un momento dado me dijo que parara. Creo que la tensión de la noche, los nervios, la incertidumbre, había pasado ya, y eso la había dejado agotada. Por eso creo que decidió descansar. Ya había sido suficiente por esa noche. Y desde luego para mí también. El solo hecho de recuperar la chapita, para mí significó un mundo, o mejor dicho, regresar a un mundo del que nunca debí tratar de salir por mi cuenta. Un mundo que es mi mundo, porque es el suyo.
Aún llevaba su tanga puesto cuando ella se metió en la bañera y se relajaba mientras yo ponía la mesa y preparaba la cena. Dos velas rojas adornando la mesa para ella, los platos, las copas, los cubiertos de plata, lo mejor de lo mejor. Para ella naturalmente. Oía las burbujas de la bañera mientras en la cocina preparaba todo para que estuviera a su gusto.
Entonces oí sus tacones por el pasillo y un escalofrío recorrió mi espalda. Ella se acercaba y seguro que estaría impresionante, como siempre, pero esta vez especialmente guapa y arrolladora. Y así fue, Lo primero que ví fueron sus ojos brillantes, delineados con ese toque de líneas que solo ella sabe dar, luego su sonrisa, abierta y divertida, y entonces la ví toda, con ese vestidito de cazadora y sus sandalias rojas contorneando en espiral sus preciosas piernas.
Me miró y sonrió. Estoy guapa, claro que lo estás. Pues vamos a cenar.
Creo que la cena le gustó, hablamos de distintas cosas, sobretodo de política, que últimamente le apasiona mucho. Traté de estar lo más atento a ella que pude, servirle si quería más de algo, que todo estuviera a mano para ella, que no le faltara el vino en su copa. No se si lo conseguí, pero creo que quedó satisfecha a juzgar por sus sonrisas. Lo que me falló fue el postre, había comprado unas tartitas de queso con mermelada, pero no le gustaron. Tomé buena nota para la próxima vez, esta claro que tenía que haber preparado algo yo mismo, unas fresas con nata, o algo así.
Después de los postres, se sentó en el sofá a fumar un cigarrillo, estaba nerviosa, muy nerviosa. No paraba de cruzar y descruzar las piernas y a mí me estaba poniendo nervioso también. Tampoco era para menos. Después de lo ocurrido, era como volver a empezar, pero con el baúl de lo sucedido detrás de nosotros. Estuvo un rato viendo la tele, mientras yo esperaba expectante. Le preparé un aliñado y creo que eso ayudó a que se relajara y dejara los nervios a un lado, aunque no del todo.
Y llegó el momento, apagamos las luces y recorrimos el lago pasillo hasta la habitación. Ella delante, yo detrás. Como debe ser. Aún estaba intranquila, supongo que no dejaría de pensar y darle vueltas a todo. Quiero que sea mío, no se, es un chucho, un chucho pulgoso, y un cabrón, pero lo quiero tanto. Debería darle otra oportunidad, no lo se, quizá no, pero no me resisto, me gusta el poder, me gusta el poder sobre él, sobre su cuerpo, sobre su sexo, sobre todo. Quiero ese poder.
Entonces ocurrió. Mientras yo a cuatro patas sobre la cama esperaba, oí el ruido del cajón al abrirse. Sacó el collar y me lo puso alrededor del cuello. Dios que sensación mas agradable, hacía tiempo que lo deseaba, y ella como siempre tiene la llave de mis deseos, ella es la que los hace realidad. Pero lo mejor aún estaba por llegar. No podía verla, pero oía como abría la pequeña caja donde quedó guardada la chapa con mi nombre, mío, y el tintineo del metal cuando la puso en una pequeña argolla. Estaba tan absorto y tan feliz que no recuerdo sus palabras, cosa que seguro me cuesta (eso te va a costar…), cuando sus manos cerraron la argolla uniéndola a la del collar que rodeaba mi cuello. Empecé a mover la colita como un perro idiota, babeando de placer. No podía creerlo, pero estaba ocurriendo. Ella me aceptaba, me recogía en su guarida y me adoptaba una vez más, esperando esta vez más de mí que nunca. Espero que no se equivoque. Pero lo ha asumido y la quiero tanto por eso, por asumir el riesgo de volver a tener poder sobre su perro, de querer que sea suyo, suyo de verdad.
Lugo se puso cómoda en la cama y empezó conmigo a sus pies, acariciando, besando, lamiendo con avidez de hambriento. Y no era para menos, hacía tiempo que no saboreaba con tanto deleite sus delicados pies con esos dedos tan pequeños y sensuales. Traté de recorrer cada uno de ellos con mimo y dedicación, pero me pudo la pasión y a ratos me los comía, los devoraba con ansia. En un momento dado me dijo que parara. Creo que la tensión de la noche, los nervios, la incertidumbre, había pasado ya, y eso la había dejado agotada. Por eso creo que decidió descansar. Ya había sido suficiente por esa noche. Y desde luego para mí también. El solo hecho de recuperar la chapita, para mí significó un mundo, o mejor dicho, regresar a un mundo del que nunca debí tratar de salir por mi cuenta. Un mundo que es mi mundo, porque es el suyo.
Gracias.