miércoles, 27 de febrero de 2008

Mágica noche de viernes



La noche era perfecta, solos en casa, todo limpito, listo y preparado. Esa tarde había ido a comprar algunas cosas para la cena, para ella, cositas que le gustan y no suele tomar habitualmente. Un carpaccio, salmón ahumado, dátiles con beicon, y otras delicias para su disfrute, todo regado con una buena botellita de Viña Esmeralda, puesta a enfriar en la cubitera junto al champán.

Aún llevaba su tanga puesto cuando ella se metió en la bañera y se relajaba mientras yo ponía la mesa y preparaba la cena. Dos velas rojas adornando la mesa para ella, los platos, las copas, los cubiertos de plata, lo mejor de lo mejor. Para ella naturalmente. Oía las burbujas de la bañera mientras en la cocina preparaba todo para que estuviera a su gusto.

Entonces oí sus tacones por el pasillo y un escalofrío recorrió mi espalda. Ella se acercaba y seguro que estaría impresionante, como siempre, pero esta vez especialmente guapa y arrolladora. Y así fue, Lo primero que ví fueron sus ojos brillantes, delineados con ese toque de líneas que solo ella sabe dar, luego su sonrisa, abierta y divertida, y entonces la ví toda, con ese vestidito de cazadora y sus sandalias rojas contorneando en espiral sus preciosas piernas.

Me miró y sonrió. Estoy guapa, claro que lo estás. Pues vamos a cenar.

Creo que la cena le gustó, hablamos de distintas cosas, sobretodo de política, que últimamente le apasiona mucho. Traté de estar lo más atento a ella que pude, servirle si quería más de algo, que todo estuviera a mano para ella, que no le faltara el vino en su copa. No se si lo conseguí, pero creo que quedó satisfecha a juzgar por sus sonrisas. Lo que me falló fue el postre, había comprado unas tartitas de queso con mermelada, pero no le gustaron. Tomé buena nota para la próxima vez, esta claro que tenía que haber preparado algo yo mismo, unas fresas con nata, o algo así.

Después de los postres, se sentó en el sofá a fumar un cigarrillo, estaba nerviosa, muy nerviosa. No paraba de cruzar y descruzar las piernas y a mí me estaba poniendo nervioso también. Tampoco era para menos. Después de lo ocurrido, era como volver a empezar, pero con el baúl de lo sucedido detrás de nosotros. Estuvo un rato viendo la tele, mientras yo esperaba expectante. Le preparé un aliñado y creo que eso ayudó a que se relajara y dejara los nervios a un lado, aunque no del todo.

Y llegó el momento, apagamos las luces y recorrimos el lago pasillo hasta la habitación. Ella delante, yo detrás. Como debe ser. Aún estaba intranquila, supongo que no dejaría de pensar y darle vueltas a todo. Quiero que sea mío, no se, es un chucho, un chucho pulgoso, y un cabrón, pero lo quiero tanto. Debería darle otra oportunidad, no lo se, quizá no, pero no me resisto, me gusta el poder, me gusta el poder sobre él, sobre su cuerpo, sobre su sexo, sobre todo. Quiero ese poder.

Entonces ocurrió. Mientras yo a cuatro patas sobre la cama esperaba, oí el ruido del cajón al abrirse. Sacó el collar y me lo puso alrededor del cuello. Dios que sensación mas agradable, hacía tiempo que lo deseaba, y ella como siempre tiene la llave de mis deseos, ella es la que los hace realidad. Pero lo mejor aún estaba por llegar. No podía verla, pero oía como abría la pequeña caja donde quedó guardada la chapa con mi nombre, mío, y el tintineo del metal cuando la puso en una pequeña argolla. Estaba tan absorto y tan feliz que no recuerdo sus palabras, cosa que seguro me cuesta (eso te va a costar…), cuando sus manos cerraron la argolla uniéndola a la del collar que rodeaba mi cuello. Empecé a mover la colita como un perro idiota, babeando de placer. No podía creerlo, pero estaba ocurriendo. Ella me aceptaba, me recogía en su guarida y me adoptaba una vez más, esperando esta vez más de mí que nunca. Espero que no se equivoque. Pero lo ha asumido y la quiero tanto por eso, por asumir el riesgo de volver a tener poder sobre su perro, de querer que sea suyo, suyo de verdad.

Lugo se puso cómoda en la cama y empezó conmigo a sus pies, acariciando, besando, lamiendo con avidez de hambriento. Y no era para menos, hacía tiempo que no saboreaba con tanto deleite sus delicados pies con esos dedos tan pequeños y sensuales. Traté de recorrer cada uno de ellos con mimo y dedicación, pero me pudo la pasión y a ratos me los comía, los devoraba con ansia. En un momento dado me dijo que parara. Creo que la tensión de la noche, los nervios, la incertidumbre, había pasado ya, y eso la había dejado agotada. Por eso creo que decidió descansar. Ya había sido suficiente por esa noche. Y desde luego para mí también. El solo hecho de recuperar la chapita, para mí significó un mundo, o mejor dicho, regresar a un mundo del que nunca debí tratar de salir por mi cuenta. Un mundo que es mi mundo, porque es el suyo.
Gracias.

jueves, 21 de febrero de 2008

¿De que tienes ganas?



¿De que tienes ganas?

Tengo ganas de ti. De Leo, de mi Diosa, mi Reina, mi Dueña y Señora.

Tengo ganas de volver al lugar donde pertenezco, a cuatro patas a tus pies, sumiso y obediente a Ti. Tengo ganas de volver a ver tus sandalias, que delicadamente acogen tus preciosos pies de princesa. Tengo ganas de poder alzar la vista, pero no podré, y me alegraré, porque significará que estoy a tus pies. Tengo ganas de que mis deseos vuelvan a ser los tuyos, y que los tuyos se hagan realidad en mi, al menos algunos. Tengo ganas de descalzar esos pequeños pies y poder besarlos, lamerlos, adorarlos, y besar cada centímetro de tus piernas poco a poco hasta que mis labios alcancen el bordado de tus medias. Tengo ganas de morderlas, suavemente obligarlas a bajar y dejar tus tersas piernas libres, y poder ofrecértelas con mi boca. Tengo ganas de volver a empezar, recorrer de nuevo con mis labios cada rincón perdido de tus preciosos pies.

Tengo ganas de que me agarres el pelo, me mires y me digas que me quieres, en todos los sentidos. Tengo ganas de levantar la mirada y ver el brillo del poder en tus ojos. Tengo ganas de levantar la mirada y ver como se dibuja esa perversa sonrisa de niña mala a punto de hacer una travesura. Tengo ganas de levantar la mirada y ver a mi Diosa otra vez.

Tengo ganas de que recorras mi cuerpo con tus manos, explores tus nuevas posesiones y conozcas los puntos que estremeces con tus dedos. Tengo ganas de que rodees mi cuello con tu collar, entonces sabré que te vuelvo a pertenecer. Tengo ganas de que me conviertas en tu sumiso una vez más, en tu juguete una vez más, en tu perro una vez más, en tu sumiso una vez más… y para siempre.

Tengo ganas de que mis orejas se ericen al oír el sonido de tus tacones lentamente acercarse a mi, rodearme con seguridad, y de no oírlos, de sentir la expectación de no saber donde estas. Tengo ganas de poder seguirte sin la mirada. Tengo ganas de poder pasear a tu lado, de que seas tú quien pasee a su mascota.

Tengo ganas de tantas cosas... pero todas se resumen en una.

Tengo ganas de sentirme tuyo. Tengo ganas de ser mio.

domingo, 3 de febrero de 2008

Te quiero



Me siento solo, cansado, inútil, despreciado y sin valor. Parece que nada de lo que siento, pienso, hago, tiene ningún valor para ella, todo se diluye en su yo. Yo. Ella. Siempre por encima de todo y de todos, y yo no soy una excepción, más bien soy el que da alas y confirma su yo. Porque me desvivo por ella, hago lo que quiere, siempre, o al menos siempre que me lo pide, sin pensar, y eso hace que ella de ya las cosas por hechas. Empiezo a pensar que eso no es bueno para ella, porque le da confianza y va a más, pide más, exige más, y yo no llego a dárselo. Usa sus sentimientos y los míos contra mí. Le echo en cara que no hace nada cuando sabe que no es verdad, a pesar de que yo no lo piense así, aunque haya veces en mi ofuscación que no pueda evitarlo. Si paso el día haciendo cosas y atendiendo sus cosas, por una vez puede ser indulgente y hacerlas ella misma, o dejar que descanse y juegue. Pero no, para ella parece que no es así. Indulgencia, comprensión, paciencia, son palabras que no están en su mente. Lo último es acusarme de no hacer de padre, de no querer una relación con niño incluido. Si pudiera le diría que no es verdad. Que la verdad es que jamás he pensado ni pensaré así, quiero al niño más de lo que se imagina, por eso estoy tan encima de él siempre, reconozco que muchas veces más de lo que debería. Pero creo que si lo hago es porque le quiero, porque quiero que haga las cosas bien, que se haga una persona inteligente y capaz de ser él mismo. Si no me importara, no le haría ni caso, pasaría de él, ni le reñiría ni nada, pero eso no es lo que quiero, porque le quiero.

Un domingo por la mañana, me levanto y juego un rato al ordenador, espero que ella se levante para recoger un poco la cocina después de la cena con los amigos de la noche anterior, para no hacer ruido y dejar que duerma tranquilamente. Se levanta, se va al ordenador mientras le preparo unas tostadas y el café, se lo llevo y me pongo a recoger la cocina. Me siento a jugar un rato al ordenador otra vez, y al rato, vienen el niño y ella. Papi, llévanos a algún sitio, vamos a dar una vuelta, y yo, no me apetece, me gustaría pasar el domingo en casa tranquilo, jugando al ordenador, descansando. Se lo digo pero claro, ni les interesa ni les importa. Nosotros queremos, nosotros queremos, queremos, y tú no quieres y eres un mal padre, que no asume que hay que hacer cosas con el niño, entretenerle, jugar con el, llevarle al cine. Claro, soy un mal padre, un mal hombre, un cabrón, que solo pienso en mí, que no quiero ir a ningún sitio con ellos. Y me rompo dentro, ya no se que hacer, ya no puedo más. Se van, cierro el ordenador y me escondo entre las sábanas de la cama, sollozando inútilmente, sin saber, perdido, sin saber que hacer. Ya no puedo más. Que el niño se mosquee lo entiendo, es normal y es un niño, cuando no tiene lo que quiere se enfada. Pero en ella, una mujer madura, adulta e inteligente, se me hace difícil comprender porque se enfada conmigo por el hecho de que quiera quedarme un domingo en casa sin hacer nada. Cuantos días pasa ella en casa sin hacer nada o mejor dicho, haciendo lo que le apetece, y acaso alguien le dice algo, no. No se lo reprocho, ojala pudiera disfrutar de todo el tiempo del mundo para hacer lo que quisiera. Ojala no tuviera que limpiar la casa ni hacer la comida, que sé que no le gusta hacerlo para nada. No se lo reprocho, solo pido, y creo que no es pedir mucho, ni pedir nada imposible, que tratemos las cosas de igual manera. Si yo hago lo que quiero, porque tu no puedes hacer lo que quieres. Mucha igualdad, pero en realidad no existe. Y ahora, que ya no somos dominante y sumiso, cada vez le veo menos sentido. Aunque yo me aferre a querer seguir siéndolo, haciéndole el desayuno, preparándole los baños, atendiendo a sus pedidos. Quiero seguir haciéndolo, porque la quiero, y me siento cómodo haciéndolo. Ahora bien, si esa relación ya no va a existir, que sentido tiene exigir nada, o reprochar nada.

Se cabrea, coge al niño y se va, a comer por ahí, y al cine. He sido un idiota por no haberle pedido si podía ir con ellos, pero ni siquiera me ha dado la oportunidad, se ha vestido, ha cogido al niño, y ha cerrado la puerta sin decir una palabra. Si yo salgo, aún cabreada, me exige saber donde voy, ahora bien, si ella sale, no hay exigencias que valgan. Yo voy y vengo cuando quiero, donde quiero y con quien quiero, y no me voy a parar a pensar si quiero que vengas o no, si te he hablado mal o no, si tengo razón, o puede que por una vez no la tenga toda y él tenga sus razones también, aun estando equivocado. No, eso no está en su forma de ser, al menos ahora no lo está. Ha cambiado tanto su actitud hacia mí. Y no solo la perdida de confianza, son tantas cosas.

Escribe en su blog para los demás, para escuchar las opiniones de los demás, quizá buscando reconocimiento, comprensión, o simplemente buscando liberarse de sus pensamientos. No lo se. Solo se que antes hablaba conmigo, me contaba lo que le preocupaba, lo que la atenazaba por dentro, sus miedos, sus dudas, sus momentos malos, y también sus alegrías, sus risas, sus momentos buenos. Ya no. Eso acabó. Prefiere pasar la mañana ante el ordenador, empapándose de política y mil cosas más, a sentarse conmigo y charlar, contarme cosas, lo que siente, lo que le preocupa. Y claro, a medida que cierra su concha, yo también lo hago. Inconscientemente pienso que si ella ya no comparte las cosas tan a fondo conmigo, será porque ya no confía en mí, no le interesa lo que sienta yo. Creo que desde aquellas malditas navidades ha dejado de interesarle lo que siento. Y así no puedo seguir. No puedo estar junto a alguien al que quiero, y que dice que me quiere pero no le importo. Dice que es su forma de querer, que ella es así. Me equivoco, si le importo, el problema que tengo es que no se como, porque, ni en que manera le importo. Y ella nunca me abrirá esos pensamientos, porque no confía en mí.

Piensa que clase de relación quieres, para que el niño y yo lo tengamos claro y tomemos una decisión. Yo se lo que quiero, los quiero a ellos, son mi familia, para mi hubiera sido muy fácil echarme atrás y buscar una mujer sin compromisos, con la que no tener la, en el buen sentido, atadura de un niño. Pero no es eso lo que quiero, la quiero a ella, le quiero a él, los quiero con locura. Será que no se cómo hacérselo entender. Y a sus ojos, el que prefiera quedarme en casa un domingo jugando al ordenador, significa eso, que no les quiero, ni les atiendo, ni les hago caso, que soy un egoísta que solo piensa en lo que le apetece a él.

Siento que nunca puedo quejarme, que nunca puedo decir no, que nunca puedo pensar en mí. Una frase muy egoísta diría ella. Tu no puedes, tu no puedes, tu no puedes, y de nosotros que, que hay de lo que nosotros no podemos. Y yo no quiero que se sientan atados a mi, no, jamás. Son libres, y lo serán siempre, al menos mientras estén a mi lado. Por eso se han ido juntos a comer y al cine. Sin mí. Que más da en el fondo. Quizá sea eso lo que necesita. Estar lejos de mi, hacer cosas por ella misma, sin que yo esté siempre ahí, cerca, al lado, con ella.

Anoche lloraba, y me abrazó, decía que ya no tenía nada que contar, que su vida es monótona y aburrida, y dijo lo que yo ya sabía, que esta cansada de no hacer nada, que necesita abrir el bar y trabajar ya. Hace tiempo que lo necesita, porque necesita salir, hablar, dejar el ordenador, abrirse al mundo que hay ahí fuera y comérselo. Porque tiene ganas, aunque ella no lo sepa. La rutina está perjudicándole mucho, ya no es la que era. Todo tiene un motivo, a veces más de uno, dicen que todo lo malo se junta de pronto, y a ella le han tocado todas a la vez.

Y todo se junta. Perder a un padre, más que un padre, una figura referente para ella, dicen que las hijas y los padres tienen una relación especial, distinta a la de un padre y un hijo; y la suya era más que especial. Lo perdió y no se si lo ha superado, aunque no se, creo que no es algo que haya que superar, simplemente las cosas son, y hay que vivir con ellas. Igual que yo, que he traicionado su confianza y tengo que vivir con ello. Pero chico la vida es como es, o la aceptas, o a otra cosa. Aún está con ella, está en ella, y ella no lo sabe, no se da cuenta de que aunque no estuvo ahí para ella, si estará ahí para siempre.

Y todo se junta. Dos años en casa metida, al principio por miedo, después por inercia, al final por dejadez, perdiendo el tiempo en ordenadores y juegos, vivienda una vida que no desea. Una vida de ama de casa que ella siempre ha desdeñado y aborrecido, porque ella no es así, y no está en su naturaleza ser así.

Y todo se junta. Un hombre con el que por fin creía haber construido su mundo maravilloso, que en sus arrebatos de egoísmo cede a sus instintos más pueriles y animales y por la espalda se deja follar sin avisar. Y su mundo se rompe, recoge los pedazos y sigue, pero él vuelve a reincidir, aunque solo sea en intención, pero es lo mismo, y otra vez roto en pedazos, y cada vez son más pequeños y cuesta más encontrarlos, recogerlos y levantarlos de nuevo, pero sigue adelante.

Y todo se junta. Un negocio que no se pone en marcha, que la cosa se alarga y alarga y parece que no tenga fin, que cuando parece que lo hay, surge otro problema que alarga más aún el camino. Y ella ya no es paciente, quizá nunca lo fue y por eso le afecta más que a mi este hecho. Deseos que se llenan de piedras en el camino, que dan vueltas en el mismo sitio una y otra vez sin hacerse reales. Y la ilusión se va quedando en cada vuelta de ese camino.

Y todo se junta. Y poco a poco pierdes esa ilusión de hacer cosas, de ir a sitios, de ver a los amigos, de trabajar, de hacer, de vivir. Te cierras, de vez en cuando escribes y te sientes mejor, pero es temporal, porque todo vuelve otra vez, realmente nunca se va, siempre está ahí en tu cabeza, solo lo arrinconas para no tener que pensar en ello.

Todo se junta. La admiro porque no se derrumba, aunque a veces lo hace cuando ya no puede más, cuando cree que todo le supera. Y me busca, busca mi abrazo, mis palabras tranquilizadoras, mi todo saldrá bien ya lo verás. Me siento afortunado por esos momentos, aunque sean tristes y dolorosos para ella, porque me busca a mí. Y yo, sé que todo saldrá bien, porque si algo he aprendido en la vida en los años que llevo en ella, es que si quieres algo, al final lo consigues. Costará más o menos, tardará más o menos, pero al final si pones todo lo que tienes, sale. Quiero estar ahí para ella, hacerle entender que ella lo puede todo, que nada se imposible si ella quiere, que no hay obstáculos que no pueda salvar si ella quiere. Pero tiene que querer, tiene que querer. Ahora no la veo con esas ganas, cuando la conocí las tenía, era independiente y fuerte, ahora se siente dependiente de mi y débil. Pero no lo es. Como hacérselo entender.

Y me planteo como podría ayudarla, como apoyarla en su ascenso del abismo. Pero no se como, he intentado tantas cosas que me he quedado sin fuerzas, al menos hoy, ahora, me siento más desanimado que ella misma después de todo. Parece estúpido pero es así. Desearía con todas mis fuerzas saber donde están, correr a ellos, decirles que les quiero, que quiero ser parte de ellos, amarlos, quererlos, cuidarlos, estar siempre a su lado, para siempre. Desearía que me entendieran, que me apoyaran también a mí de vez en cuando, porque aunque creo que soy fuerte, no lo soy, soy frágil como ellos, como todos en el fondo. Igual que ellos puedan necesitarme a mi, no en un sentido enfermizo de dependencia, sino como apoyo, como compañeros, les necesito a ellos, porque completan mi vida, porque hacen que sea feliz y que merezca la pena hacer lo imposible por ellos.

Escribo y escribo, algo que nadie va a leer, pero se que me ayuda, ella me lo enseñó. Ya lo hacía de pequeño, me sentaba por las noches con mi cuaderno azul de espiral y pensaba en azul, escribía con la tinta de mis pensamientos. Durante la separación de mis padres me ayudó, si, me obligaba a ser sincero, porque no tiene sentido mentirse a uno mismo. Leía lo escrito y me miraba desde fuera, viéndome como a un extraño, como un lector más de una novela en la que el protagonista no tiene relación alguna contigo. Y volvía a leer y me identificaba en cada letra, en cada palabra, en cada frase, haciendo míos pensamientos ya pensados por mí, como si fueran nuevos. Terapia se podría decir.

Escribo y me pierdo. Sucede que cuando empiezo a escribir, lo hago quejándome y renegando contra todo y contra todos, y cuantas más palabras llenan el papel, mas vacío me siento y menos sentido les encuentro. Me quejo, reprocho, veo mi punto de vista y me parece tan bueno que no le encuentro fallas. Y vuelvo a leer y veo una sarta de tonterías una detrás de otra. Realidades tornadas amorfas por un cristal defectuoso en mi mirada. Y volvería al principio y lo borraría, pero no sería honesto, lo hecho, hecho está. Aunque las palabras te miren con el ceño fruncido, pensando pobre de mi, pero que poco entiendes las cosas.

Vuelvo a leer y me doy cuenta de lo que uno es capaz de hacer y decir cuando deja de ser él, y se convierte en él, en su yo. Me doy cabezazos contra la pared por decir que no les importo, que no ves, si fuera así, jamás habrías entrado en sus vidas.

Vuelvo a leer y siento que quiero ser suyo, pertenecerle de verdad, no ser su sumiso no, ser suyo. Igual nunca fui sumiso, solo un hombre asertivo y con ganas de complacer, quizá el psicólogo me lo pueda decir. Me arrepiento tantas veces que ya pierdo la cuenta, de ser como soy a veces, de ser yo el impaciente, el exigente, el absorbente. Siempre a posteriori claro, en mi obcecación, no la veo a ella como es, veo otra cosa que no es, quizá reflejo de mis intenciones, por un momento deja de ser ella para ser alguien desconocido. Y me arrepiento solo al pensarlo, al atisbar entre las rendijas de mi mala leche pasajera la verdad detrás. Y cierro los ojos y lloro. Porque lo necesito.

Vuelvo a leer con los ojos secos otra vez, necesito miradas claras para ver lo que digo, para oírme a mí mismo, para recapacitar y pensar. Odio que se sienta dependiente, a veces pienso en que estemos separados un tiempo para que se dé cuenta de que no depende más que de sí misma. No creo que necesitar sea malo. Todos necesitamos algo, es lo que nos mueve, quizá no necesidad, quizá deseo, interés, amor, yo les necesito a ellos, les deseo a ellos, me interesan ellos, los quiero a ellos. Si soy egoísta en eso no me importa ni creo que deba importarme. No se como puede ser que para sentirme a gusto, lo que significa pensar en mí y mi felicidad, o sea, ser egoísta, tenga que dejar de pensar en mí y pensar en ellos. Escrito así parece contradictorio. Para ser egoísta tengo que no serlo. Pues así sea. Yo, mi ego, quiere quererlos, quiere estar con ellos, quiere ser su pareja, su amigo, su amante, su risa, su todo, quiere ser su padre, su compañero de juegos, su alegría, su familia, su apoyo.

Que difíciles son las relaciones humanas. Que débiles somos tras nuestras aparentes fortalezas. Castillos con bases de arena. No podemos construir las bases solos, necesitamos a alguien más. Y mis bases sois vosotros, tu, él. Siempre habrá problemas, y siempre habrá soluciones y como tu dices, si no las hay, para que preocuparnos.
Me siento mejor. Diferente, afortunado, vivo.

Te quiero. Lo siento mucho. Te quiero. Me arrepiento de ser como soy a veces. Te quiero. Me siento mal. Te quiero. Te recuperaré. No por mí. Por ti. Porque si yo te quiero, tu aún me quieres más.